24 October 2006

vagamundo

Sentado en mi soledad, buscaba esa inspiración literaria que nunca llegaría a buen puerto. Solo me venían vanidades a la cabeza, entre las cuales distinguía ardientes deseos de criticar la sociedad que me tocaba, su sistemática forma de vida me rodeaba como una piel, toda la falsedad e hipocresía de un mundo producido a medida, gusto y piaccere del productor. Todo me asquea, como puede uno inspirarse al ver todo ese atomismo materialista, esa ropa, esa música, esos autos, esos actores sociales....pura pedantería vanidosa.
Me levante de mi cómodo sofá. Y emprendí una caminata solitaria por la Cañada, ese pequeño hilo de agua canalizado en la zona céntrica de Córdoba. Era un lugar casi místico para mis caminatas, siempre iba en contra de su corriente, observándola cauteloso y ensimismado egoístamente en mi mundo…más de una vez algún conocido se cansó de gritar mi nombre con esperanzas de que lo advirtiese y saludase, pero siempre se iban ofendidos con mi aparente actitud escapista. Como decía, su rasgo distintivo viene dado por mí, es decir por el uso que le doy…para mi la cañada es una especie de camino natural, verde, solitario, tranquilo y apacible, pero que bordea en sus limites con las estructuras del mundo conocido, civilizado, ruidoso y alienante…es un paraíso en el infierno, es la altura el Golán que me permite abrir los ojos.

En una esquina me senté a observar el comportamiento de la gente que merodeaba las calles céntricas, de hecho me senté a fumar un pucho.
Todos me dan la impresión de ser actores de un drama malísimo de Brodway que solo apunta a sentar mas gente en sus estrados para vanagloriarse de aplausos. De repente pensaba como ese silencio sordo de la muchedumbre aglomerada me vaciaba, ese vivir rodeado de todo eso que no es más que nada: la calle me atormenta, prestar atención a todas las ovejas caminando cabeza a agachas y con sus vidas mediocres a cuestas....y el solo hecho de pensar verme a mi mismo encerrado en su carril me mata...me mata el embotellamiento en una autopista hacia la mediocridad.

En eso algo muy natural y extraño me sucedió, un vagabundo se me sentó al lado. Yo lo conocía, es decir lo había visto varias veces tirado en los bancos de la Plaza Colón, y en muchas ocasiones le había convidado un cigarrillo. Llevaba los harapos de siempre, un viejo saco polvoriento y un pantalón de jean que indudablemente tenía más de 3 décadas, su cara estaba curtida por el sol, o vaya uno a saber porque….siempre andaba rapado y parecía bastante cuerdo, recuerdo que una vez que volvía de unas de esas fiestas que ya pasaron al olvido, muy deseoso de invertir mis últimos 2 pesos en unos criollos de hojaldre para darle la bienvenida con un “buen” desayuno, al Dios Sol que se asomaba entre los edificios. Mientras cruzaba la plaza, lo vi durmiendo donde siempre y decidí dejarle el Dinero a él. Era obvio que lo necesitaba mas que yo, pero no se lo di para ganarme un día menos en el Purgatorio del Dante, sino que quería interactuar con él, quería saber quien había sido, quien fue…..y quien era….me urgía saber…pero fue imposible despertarlo…
En otra ocasión, comprando sahumerios al mitad hippie, mitad metalero artesano de la plaza, le pregunte por este anciano, y me contó que su historia era bastante dramática: aparentemente no tenía a nadie más en el mundo que a su bolsito lleno de basura. La novela terminaba con su mujer divorciándose para casarse con un abogado, el mismísimo jurista que él mismo había contratado para demandar a la empresa que lo había dejado en la calle…y su hija…murió, según creía, de HIV,SIDA, ejerciendo la prostitución para grandes magnates en Europa –el glamour, el glamour-…Por mis adentros pensé que ese buen hombre debía de tener algo de malo...

En fin como les decía se acerco este vago, no me reconoció, creo que ni siquiera me recordaba ya que hacia meses q había dejado de verlo en la Plaza Colón. Sin intercambiar una palabra le convide un cigarro mientras me prendía otro yo.
De repente con la mirada fija en un punto que parecía no existir, pues su vista se perdía en el horizonte me dijo:

-Porque me llamará tanto la atención la noche, su silencio, su paz, su oscuridad...me despierta curiosamente la inspiración. Generalmente durante la noche no podía más que mantenerme en vela, leyendo algo, escuchando algún disco tranquilo que acompañe el movimiento psicodélico de mi alma, e incluso me pierdo en vicios bastante desdeñables por la costumbre general, vicios como el pensamiento libre y la abstracción de la realidad.-

Atónito ante ese despliegue inesperado, respondí:

-Vale decir que yo no veo nada así, como ve la costumbre general de la que ud. habla, no veo con el prisma de la sociedad…creo en sus vicios Sr., yo no lo juzgaría…yo no los juzgo, simplemente los vivo…-

Él sin quitar su mirada de la nada, se dio vuelta sentándose hacia la cañada, con las piernas hacia el abismo, y bajando su vista al agua que estaba crecida, ya que ese día había llovido torrencialmente por la mañana, y corría rápidamente hacia los barrios bajos..

-¿Sabes qué pibe?- hizo una pausa buscando mi atención -al fin y al cabo solo quiero un espíritu libre...ese fue y es mi único pecado social- y reprimió su voz quebrada por esa ultima aseveración.

Lo sentía triste, lo sentía feliz, lo sentía sublime a mi lado…En silencio ambos dos observábamos dos polos opuestos, el tenia el agua corriendo bajo los puentes de la cañada a sus pies, yo tenia la farsa del mundo frente a mi. Pensaba sobre mi y no descubría nada, seguía tan vació como cuando salí de mi encierro voluntario, y las palabras que me venían a la mente vaciaban más el significado de esta locura que cargo y que no me deja normalizarme a los estándares de felicidad que esta so/suciedad maniaca depresiva impone.

Mientras daba una pitada al ya medio consumido pucho, el Vagabundo rompió el silencio nuevamente y dijo:
-¿Han visto alguna vez el humo de un cigarrillo mal apagado?-

Yo que siempre había observado el humo de los cigarrillos por mis noches de desvelo, respondí afirmativamente, a lo que él agregó:

-Pues su ascenso en la atmósfera es fascinante, parece saber que son sus últimos instantes de existencia, y sus tumbos y vueltas retorcidas en las que degenera al trepar por el aire hacia la nada dan la impresión de mostrar su agonía, su dolor, se arquea hacia su fin con locura. Generalmente prendo un cigarrillo más para admirarlo que para fumarlo… -

-Yo ya fumé mucho por hoy, pero es verdaderamente lindo ver el humo al final de la noche…-

Así, tirando toda advertencia de perjudicialidad tabacalera por la borda, encendimos otro cigarro para cada uno y nos quedamos cada uno observando las estelas del humo de sus respectivos cigarrillos. Este tiene un color similar al del cielo cuando se entremezcla con las nubes en un óleo...es de un celeste blanquecino y creo que la anarquía de sus hondas es lo que más me hipnotiza, pero esa ilusión de libertad de esfuma cuando observo que su camino esta determinado por el viento, como todos, solo que nadie se atreve a escaparle a ese condicionamiento porque seria el camino más difícil. Cuando el viento desaparece, el ascenso hacia el todo de la nada, la escalera, se hace vertical, armonioso y equilibrado, pero sin perder la gracia de ese zigzagueo esperanzador. Calculo que nadie quiere verlo de esta manera porque la vida es más fácil manteniendo la ilusión de la Libertad, y ese Sr. Misterioso a mi lado contrastaba mi pensamiento.

Rompiendo la tradición de nuestro dialogo, esta vez arranqué yo al hombre de su contemplación: -Me pregunto ¿por qué uno tiene que pensar tanto las cosas para ser apreciado, porque uno tiene que encontrarle la vuelta, la medida, la estrategia, la lógica, la puta (perdone mi ira) racionalidad a todo...para todo! Y al final para nada...- Tome una bocanada de aire, y continúe: -…Si supongo bien, al final todo lo que fue termina en el cenicero, mezclado con todo lo que se quemo...todo huelo a quemado, a viejo....a pasado…- esta vez me pausé, y me dije a mi mismo: Maldito pensamiento sinsentido.

El viejo, dio su última pitada, se levantó, y me miró fijo a los ojos. Tenia una mirada cargada de paz, nunca me había llamado la atención la mirada de las personas hasta que detrás de esos ojos, cubiertos por una cara demacrada, sufrida y avejentada, pude ver el Aleph del que había hablado Borges….en esa mirada centellante encontré al universo, al espacio y al tiempo…y ante todo encontré al hombre y me encontré a mi mismo. El viejo me agradeció con un leve movimiento de su cabeza, y sin abrir la boca, me dijo:

-¿Se puede ser honesto en el infierno? ¿Se puede sonreírle a un cuarto menguante? ¿Se puede disfrutar quemando una palmera? ¿Se puede caminar sin que duelan las rodillas? ¿Se puede amar sin saber lo que es el odio? ¿Se puede esperar a alguien que nunca vendrá? ¿Se puede no desesperar? ¿Puede uno apagarse y ascender en la nada del aire de forma caótica pero con la firme convicción de desaparecer en el orden son miedo? ¿Puede uno creer y sentir si esta loco? ¿Puede uno admirar la locura? ¿Puede uno desearla? ¿Puede uno volver a soñar que el Diablo y Dios juegan al ajedrez en su living todas las madrugadas?-

Mientras el señor se alejaba solitario por la cañada, y yo lidiaba con mi estado de shock, aglomerando toda esa información en mí limitada cavidad craneana, me vino la inspiración que tanto anhelaba: -¡Quiero Soñar!- Pensé. Volví a mi encierro.

Cuanto bien me hace soñar, sentir en sueños, ver mas allá de todo...por eso duermo durante el día, así hay poca gente que me pueda molestar en mi mundo onírico...siendo que pocos dormimos durante el día, hay menores probabilidades de que alguien se interponga en mis sueños, nadie me jode, y sueño en paz. Algún día cuando me controle a mi mismo en mis sueños –ese es mi objetivo final- voy a ser capaz de controlar la realidad, voy a hacer de ella una mera caminata de campo… y todo lo demás simplemente no me importará….

Toda la Inspiración estaría en un poco de sentimiento, un poco de pasión de Hombre, ahí esta mi musa, que dura lo que dura la sensación...me pregunto quien...quien...quien llegó a ese pensamiento sinsentido…a ese camino sin rumbo, a ese túnel sin fin…
Eduardo Bravo